Amparo contra universidad privada

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

Para el juez Juan Marcos Dávila Rangel, titular del Juzgado Primero de Distrito de Amparo y Juicios Federales en el Estado de Chiapas, con residencia en Tuxtla Gutiérrez, las universidades privadas en México son prestadoras de un servicio público (autoridad responsable para el juicio de amparo), según el artículo 10 de la Ley General de Educación.

Sí, leíste bien. El citado precepto dice en su primer párrafo: “La educación que impartan el Estado, sus organismos descentralizados y los particulares con autorización o con reconocimiento de validez oficial de estudios, es un servicio público”.

Aún más, en el párrafo segundo, fracción VI, menciona que “constituyen el sistema educativo nacional […] las instituciones de los particulares con autorización o con reconocimiento de validez oficial de estudios”.

Muy claro queda para Dávila Rangel que no obstante que sean instituciones de educación superior privadas las que proporcionan el servicio formativo, dichas universidades “son integrantes del sistema educativo nacional y ejercen una atribución concedida por el Estado al contar con reconocimiento de validez oficial de estudios”.

Y por ello el juzgador no dudó en conceder la protección de la justicia federal a una estudiante de la licenciatura de Trabajo Social contra actos de particulares (señalados como autoridades responsables) de una universidad privada de Chiapas, toda vez que le impidieron continuar con sus estudios vulnerando así su derecho humano a la educación. ¿La razón de la institución privada? El retraso en el pago de dos mensualidades por parte de la alumna, a pesar de sus notas de excelencia académica.

Por supuesto, y así debe ser ya, el juez también fundó y motivó su sentencia con base en el derecho constitucional y convencional en materia de derechos humanos. En otras palabras, bien harían las universidades privadas en replantear sus procesos y políticas de cobro de colegiaturas, evaluación docente y medición del desempeño educativo de los estudiantes. Avisadas. Ya son otros tiempos.

* El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección y Derecho en la UNAM, EBC, UP, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

Un nuevo perfil de estratega

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis


Los abogados corporativos enfrentamos un reto muy interesante: la reinvención de nuestra profesión al interior de las organizaciones. Hoy, los dueños de empresa requieren (y en ocasiones, incluso, ya exigen) que nos comportemos como estrategas de negocios; que nuestro conocimiento del derecho lo utilicemos para ayudarles a tomar las mejores decisiones posibles. Sin renunciar a la ética, insistiré siempre (aquí el artículo completo).

* El autor es abogado, administrador, consultor en Dirección Estratégica y periodista. Es miembro de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa, Colegio de Abogados (ANADE Colegio) y de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA). También es profesor de posgrados en Alta Dirección y Derecho en la UNAM, EBC, UP, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

¿La genética nos hará libres?

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

“La responsabilidad de nuestros actos, independiente a nuestra genética o fisiología naturales, debe valorarse según su consecuencia en las sociedades donde interactuamos”, LHM.
La neurociencia avanza con pasos de gigante. Sus descubrimientos serán paradigmas nuevos en todos los ámbitos de la convivencia humana. ¿Y qué haremos? ¿Renunciar a nuestra profesión de abogado cuando la ciencia declare la muerte del libre albedrío, por ejemplo?

¿O continuar boquiabiertos ante las pruebas que la neurociencia aporta para que los jueces digan que un acusado de homicidio es inimputable, pues su organismo genera disparos de adrenalina que no puede controlar? El debate comenzó. Michael Gazzaniga opina que “la responsabilidad es un contrato entre dos [o más] personas, no una propiedad del cerebro”.

Por su parte, Joaquín M. Fuster dice que tanto el compatibilismo (libre albedrío y determinismo no son mutuamente excluyentes) como el determinismo (todo lo que sucede tiene un causa) encuentran en Thomas Hobbes a su filósofo de cabecera: “Hobbes se basó en el hecho de que, si no hay fuerza ni coacción, los individuos son capaces de tomar decisiones que concuerden con sus deseos”.

Giovanni Sartori asegura que Max Webber también lo tenía muy claro, toda vez que “formuló la distinción entre ‘ética de la intención’ y ética de la responsabilidad’. La primera persigue el bien (tal como lo ve) y no tiene en cuenta las consecuencias. Aunque el mundo se hunda, la buena intención es lo único que vale. En cambio, la ética de la responsabilidad tiene en cuenta las consecuencias de las acciones. Si las consecuencias son perjudiciales, debemos abstenernos de actuar. La moralidad debe contemplar ambas características”.

De ahí que Sartori exprese: “Sigo creyendo en el libre albedrío, me creo responsable de lo que hago, y por lo tanto, le concedo poquísimos méritos, o deméritos, a mi embrión”.

Ahora, contesta con honestidad ¿qué me dices de la responsabilidad de tus actos? Si generas bienestar ¿te aplaudimos, aunque sea tu biología la base de su realización? Y si produces un mal, pero su causa es una deficiencia fisiológica de tu cuerpo ¿qué, la ignoramos y/o disculpamos?

 * El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección y Derecho en la UNAM, EBC, UP, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

¿Cuál es tu sueño? ¿Cuál es tu fe?

Por Luis Hernández Martínez Twitter: @miabogadoluis

En México existe la fe (todavía) de que a través del estudio constante las personas accederán a un mejor nivel de vida y bienestar social.

¿Cuáles son las razones que nos conducen a celebrar por adelantado? ¿Por qué festejamos una graduación universitaria, por ejemplo, cuando todavía no acreditamos el último tramo de evaluación (examen profesional, tesis o certificación de prácticas profesionales)?

¿O por qué chocamos las copas ante el potencial cierre de un contrato cuando las firmas definitivas aún no forman parte del documento? ¿Por qué gritamos jubilosos ante la llegada de un año nuevo? ¿Por qué organizamos una fiesta alrededor de los recién casados y su novelesco “fueron felices para siempre”?

¿Por qué miramos con esperanza los siguientes días de nuestra vida? ¿O por que… (incluye una pregunta con la que gustes interactuar en este texto…)? Aquí una posible respuesta: porque tenemos fe.

Según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), la fe tiene nueve diferentes acepciones (al menos; sí también incluye una de carácter legal). La tercera de ellas dice: “Conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas”. Utilizo la número tres porque soy más del tipo “a Dios rogando y con el mazo dando”; del estilo (de la vieja escuela, un clásico) Hemingway: “Prefiero ser exacto. Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto”.

Así que por la fe, al menos en estas líneas que representan el inicio de esta columna para el segundo semestre del año en curso, mis ideas girarán alrededor de un futuro mejor para México; gravitarán en torno a un escenario donde la distribución de la riqueza es más equitativa (impulsando la creación de una verdadera clase media) y el combate a la desigualdad económica es una realidad que beneficia a las millones de personas que menos tienen en este país.

Tengo fe en que la ciudadanía mexicana –al fin– despertará y (ya sin dinosaurio) tomará el control de la nación; quitándoselo de las manos a los malos políticos y a los poderes de facto (representados por empresarios que sólo piensan en el enriquecimiento desmedido de sus élites y familiares). Esa es mi fe: “I have a dream”, diría Martin Luther King. ¿Cuál es el tuyo? ¿Cuál es tu fe?

* El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección en la UNAM, EBC, UP, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

Un empleado ignoró a su jefe

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

 

Imagina la escena: un empleado recibe una instrucción puntual de su jefe. Y, en lugar de atenderla, el empleado la ignora. Más aún. No sólo la desconoce, en su tozudez también tergiversa las instrucciones de su superior a grado tal que, al final del día (en caso de no detener a tiempo semejante absurdo), el jefe terminará reportándole al subordinado todos sus actos.

Pues así ocurrió con la popularmente conocida Ley 3 de 3. Los senadores (con nombres, apellidos y partidos políticos perfectamente bien identificados; aquí los datos) no sólo mostraron –una vez más– que la voluntad de la sociedad les vale un carajo, también sentaron un precedente (otro) de que son capaces de morder la mano de la persona que les da de comer.

Ahí quedó como muestra la bizarra ley que, a nada, estuvo a punto de ser derecho positivo mexicano. Una ley que generaría una serie de estupideces que sólo a unas mentes retorcidas y alejadas del bien común se les ocurriría proponer.

Y digo que a nada porque –una vez más– la sociedad mexicana (sintetizada en algunos empresarios, ciertos abogados y otros miembros de su clase media) solicitó al representante del Poder Ejecutivo Federal (en reunión privada) que ejerciera su facultades de veto, o sobre toda la ley, o sobre sus artículos más absurdos. El presidente optó por lo segundo.

¿Ahora qué sigue? Preguntarnos si aún no tenemos suficiente de las personas que, gracias a nosotros, hoy tienen un cargo de legislador. Si la respuesta es sí, entonces recordemos el artículo 39 de nuestra Constitución que dice: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.

Ya el pueblo de Inglaterra hizo su trabajo (adiós Unión Europea). El tiempo dirá si decidió lo correcto (o si reculará del resultado). Pero la sociedad inglesa actuó. ¿Nosotros cuándo?

 * El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección y Derecho en la UNAM, EBC, UP, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

¿Y dónde quedaron los cínicos?

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

 

Conforme pasan los años (“me hago más viejo” o adquiero más experiencia, elige tú) descubro cosas sobre la convivencia generacional. Me explicaré mejor. Las referencias que unieron a mi abuelo con mi padre, y a ellos conmigo, cada día son menores con respecto a las personas más jóvenes (“menos viejas” o con menor experiencia, otra vez, elige tú).

“Ahora todo es diferente”, “eso era en tus tiempos”, “las cosas ya no son como antes”, “es otra época”… Llámalo como quieras. La verdad es que urge construir puentes de comunicación para “conectarnos” de manera prudente como sociedad. ¡Los muros que nos separan entre una generación y otra cada vez lucen más altos, fuertes y anchos (prácticamente insalvables)!

¿Ejemplo? Las palabras, y –claro está– el impacto que tienen en la gente. Aquí un botón de muestra: cinismo. Según el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano (me refiero a un libro impreso, no electrónico; objeto físico con el que las personas más antiguas dialogábamos a un nivel intelectual con los maestros vivos o muertos), “el cinismo es una doctrina fundada por Antístenes de Atenas (siglo IV a.C) en el Gimnasio Cinosargo”.

El filósofo italiano escribió que “la tesis fundamental del cinismo es que el único fin del hombre es la felicidad y que ésta consiste en la virtud. Fuera de la virtud no existen bienes, y fue característico de los cínicos su desprecio por las comodidades, el bienestar, los placeres y la ostentación del más radical desprecio por las convenciones humanas y, en general, por todo lo que aleja al hombre de la sencillez natural de la que los animales dan ejemplo”.

Hoy, a decir de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), la palabra “cinismo” define a una persona que “actúa con falsedad o desvergüenza descaradas”. El problema es que “falsedad” y “desvergüenza” no son sinónimos (y menos jurídicos). Así que… ¿Debo agradecer o molestarme cuando alguien me dice cínico?

Si es por “faltar a la verdad”, entonces “a las pruebas me remito”. Pero si es por falta de “vergüenza”, gracias; pero en su segunda acepción, y sólo lo prudentemente necesario.

* El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección y Derecho en la UNAM, EBC, UP, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

El silencio de los buenos mexicanos

Por Luis Hernández Martínez.            Twitter: @miabogadoluis

Según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), una de las acepciones de abogar es: “Interceder, hablar en favor de alguien o de algo”. Eso haré hoy, como abogado. Hablaré en favor de los mexicanos. De los buenos mexicanos.

El fin de semana ocurrieron muchas cosas en nuestro país. Varias de ellas atentaron contra el Estado de Derecho; otras contra la propiedad, la libertad, la seguridad, la vida y la salud de las personas. ¿Y qué hicieron los buenos mexicanos? Continuar con sus vidas.

Pero qué hicieron, puntualmente, para continuar con sus vidas. Al menos de los actos que fui testigo, los mexicanos a mi alrededor estudiaron, hicieron relaciones (profesionales, personales…), trabajaron (como empleados, empresarios o profesionistas independientes), generaron ideas (de negocio o entretenimiento), celebraron aniversarios (cumpleaños y/o casamientos), bailaron, cantaron, compartieron…

¿Entonces por qué nuestro país está sumergido en la violencia (física, psicológica, emocional)? ¿Por qué crece la desigualdad (ricos cada día más ricos; pobres cada día más pobres)?

¿Por qué la inequidad y la falta de oportunidades (a pesar de las promesas de la justicia cotidiana)? ¿Por qué los funcionarios públicos (del poder ejecutivo, legislativo y judicial) ignoran a las personas que deben servir? ¿Por qué aumenta la intolerancia y los crímenes de odio? ¿Por qué la corrupción rampante? ¿Por qué?

Tengo algunas hipótesis. Una de ellas relacionada con las líneas de esta columna: los buenos mexicanos están muy ocupados con sus vidas (tanto que en las elecciones pasadas triunfó el abstencionismo). La ironía es que, de seguir así, sus vidas ya no serán ni la sombra de lo que hoy son.  

Ya lo dijo Martin Luther King​: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética; lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”… De los buenos mexicanos.

 * El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección en la UNAM, EBC, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

Todos dependemos de todos

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

Trabajemos por un México más justo, próspero, competitivo y en paz.
A estas horas, la mayoría de los mexicanos ya tendremos una idea de lo acontecido en las 12 gubernaturas, 966 presidencias municipales y 388 diputaciones que fueron objeto de votaciones durante la jornada electoral del 5 de junio.

Ya también en estos momentos, los “mexicalinos” (¿o “mancereños”?) sabrán –más o menos– qué pasó con la elección de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México. Y, justo, por eso no escribiré más al respecto.

Sólo aprovecharé este espacio para recordar algo que siempre debería estar presente en todas y cada una de nuestras acciones y toma de decisiones: todos dependemos de todos (boleros, albañiles, periodistas, abogados, administradores, educadores, políticos, hombres, mujeres, niños…). Estamos inexorablemente sujetos a la suerte y destino de los unos con relación a los otros.

Si contaminamos el ambiente, entonces nos afectamos en lo social y político. Si nos fracturamos en lo social, por consecuencia tanto lo político como lo medioambiental se van al carajo. Y si en lo político perdemos el rumbo, la suerte del medio ambiente y de lo social ya está echada: la posibilidad de ser sustentables como país, como nación, como Estado… La habremos perdido.

¿Para siempre? No sé. Quiero pensar que no. Quiero creer que a pesar de nuestras torpezas, egoísmos, subjetivismos y relativismos debemos conservar –en algún lugar de nuestro espíritu (¿alma, corazón, vida, fe?)– la posibilidad de construir un futuro mejor para nosotros… Para nuestro país.

Por ello necesitamos creer con pasión y firmeza que aún está en nuestras manos la construcción de un México más justo, más próspero, más competitivo y en paz. Por mi parte seguiré luchando para que, en algún lugar de mi patria (palabra casi en desuso), mi mensaje encuentre el eco que requiere para retumbar y marcar el inicio de un mundo nuevo. ¿Tú, qué harás?

 * El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección en la UNAM, EBC, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

Un escenario de bienestar

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

“Pensando en el bienestar social tenemos que construir escenarios deseables que haremos posibles a través de estrategias factibles”, LHM.
Hurgar en la historia. Indagar en documentos, casas de subastas; buscar y entrevistar a testigos (directos e indirectos), perderse en las bibliotecas, hemerotecas o videotecas tendría que convertirse en el pasatiempo favorito del investigador; del aspirante (¿suspirante?) a conocer qué pasó en realidad (los hechos), cuáles fueron las razones o emociones (ideas) que movilizaron a toda una nación, o parte de ella.

Saber y conocer qué sí era permitido y qué prohibido (las normas, las leyes) en un momento histórico determinado. Incluso allegarse de “otras cuestiones” (acudir a marcos teóricos y herramientas de investigación de diferentes disciplinas, por ejemplo) que nos ayuden a comprender por qué las cosas ocurrieron de una manera (y no de otra). Aproximarnos al futuro a partir de investigar y estudiar el pasado (proferencia) de un país.

Para José Luis Soberanes Fernández, la “historia de la historia”, definición sencilla y elocuente de la “historiografía”, es una disciplina que “nos va narrando los diversos métodos de trabajo que han desarrollado los historiadores desde la más remota antigüedad (generalmente a partir de los griegos) hasta nuestros días, ya sea de manera individual o a través de las escuelas o corrientes”.

Bien dice Soberanes (parafraseando a Joseph Louis Ortolán), que todo jurista tiene que ser historiador; partir del conocimiento histórico-jurídico para conocer su propia disciplina y así entender mejor el presente social de su nación.

Coincido. Quizás así seamos capaces de construir un escenario nacional deseable (a favor del bien común) que podamos hacer posible a partir de estrategias (políticas, económicas, sociales…) factibles.

Con planes, pautas, patrones, posicionamientos y perspectivas bien definidas. Enriquecidas por lo que fuimos, somos y seremos: un solo país, pero con “diferentes Méxicos”.

 * El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección en la UNAM, EBC, ICAMI y HC Escuela de Negocios.

Honrar la palabra

Por Luis Hernández Martínez* Twitter: @miabogadoluis

Cumplir con lo acordado. Punto. ¿Cuántos conflictos se evitarían? ¿Cuántas relaciones sentimentales y profesionales se fortalecerían? ¿Cuántas amistades permanecerían en el tiempo? ¿Cuántos negocios prosperarían? En fin, ¿cuánto bienestar generaríamos para nuestra sociedad si hacemos lo que decimos (guiados, al menos, por las cuatro virtudes cardinales: justicia, prudencia, templanza y fortaleza)?

Los incumplimientos ocurren en todos los ámbitos: político, económico, social, tecnológico, ecológico, global, legal… Frases como “te doy mi palabra” o “cerrado, ya es un compromiso” parecieran que ya significan otra cosa, muy diferente, al concepto implícito en ellas 20 años atrás.Hoy es muy fácil para un político “empeñar la palabra” (aunque en el pronunciamiento de su discurso bien sabe que no cumplirá). Igual de sencillo es para un empresario decir “trato hecho” (a sabiendas de que no tiene ni la mínima intención de honrar ninguna de las cláusulas del contrato).

Y ya ni hablar de la interacción cotidiana: “en diez minutos te hablo”, “ya es una cita”, “nos vemos el sábado”, “te lo mando mañana”, “estaba a punto de marcarte”, “contigo, tanto en la pobreza como en la enfermedad”. Más todas las frases que llegaron a su mente.

De hecho, si aún usted es de los que piensa que ya no podemos hacer nada apegado a principios éticos y jurídicos para sacar a México de la barranca, le invito a que reflexione lo siguiente: ¿cuánto cambiaría su ámbito de influencia inmediato si cumpliera puntualmente con todo lo que le promete a las personas con las que interactúa? ¿Cómo se sentiría en términos personales si, pretextos a un lado, cumple con lo que ofrece?

¿Y si las personas a su alrededor actuaran igual? ¿Y si “empeñar la palabra” y “ya es un compromiso” (conceptos hoy en crisis) recuperaran su significado y el esplendor pasados? ¿Qué sería de México, de nuestra sociedad? Piénselo, y créame: hacer lo que se dice (enmarcado por la ética y el bienestar común) es un acto inestimable. Y sólo tiene que cumplir con lo que se compromete.

* El autor es abogado, periodista y administrador. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados (BMA) y de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa (ANADE Colegio). Profesor de posgrados en Alta Dirección en la UNAM, EBC, ICAMI y HC Escuela de Negocios.